La relación entre un gran viaje y el descubrimiento de uno mismo es un auténtico misterio. Aunque es cierto que los grandes viajes pueden tener un gran efecto en las personas, el descubrimiento de uno mismo, si es que hay uno, rara vez sigue la fórmula de «Come, reza, ama» en la que un momento mágico te lleva a una iluminación espiritual. Estoy seguro que, en ocasiones, esto puede suceder pero está lejos de lo que uno debe esperar de un viaje.
En un esfuerzo por eliminar la ambigüedad de cómo la búsqueda y descubrimiento de uno mismo se produce a través de los viajes, me gustaría hablar sobre las peceras.
Imagínate por un momento que las personas viviéramos en pequeñas peceras figurativas de mareas culturales, inconscientes de dónde estamos y de en qué cultura estamos inmersos. Un ejemplo podrían ser aquellas personas que creen que hablan sin ningún tipo de acento, algo objetivamente imposible. Los acentos son parte inevitable de la cultura en la que vivimos. Todo el mundo tiene al menos uno y, sin embargo, algunas personas lo niegan categóricamente.
Aunque no todos tenemos la dificultad de separar nuestro acento de, por ejemplo, nuestra cultura, a cierto nivel, el problema es omnipresente. Ver con claridad en lo que estamos inmersos puede resultar difícil para todos. Los conocidos peces de colores de David Foster Wallace que se preguntan, desde su pecera, «¿qué es el agua?» ilustra bastante bien el tema. Simplemente, la cultura tiene una manera de ocultarse cuando estamos inmerso en ella.
Ahora bien, la cuestión a la que intento llegar es que viajar es el acto de abandonar nuestra pecera. Los expertos explican que los viajes ocurren en un lugar intermedio, donde el viajero abandona su cultura de origen, atrapado mirando desde el exterior hacia la cultura de su destino, es decir, que el viaje ocurre en un especie de umbral o «mar intermedio» fuera de nuestra pecera cultural.
El cambio que se produce en uno mismo durante un viaje se desarrolla a través del proceso de la búsqueda de la brazada perfecta en medio de las poderosas mareas culturales de ese mar intermedio. Todo ello mientras observamos multitud de otras insondables peceras y que son a menudo la razón de nuestro viaje. El miedo a lo desconocido y la cantidad excesiva de información que se procesa, junto con nuestra necesidad de continuar nadando, se combinan para hacer que el más lento y largo de nuestros viajes parezca que pase a la velocidad de la luz.
Mucho sucede en el camino. Es casi como si fuera una ley psicológica, análoga a la relatividad del tiempo, que sucede más cuando estás fuera de tu pecera. ¿O acaso no es habitual regresar de un largo viaje y preguntar a tus amigos qué hay de nuevo en sus vidas?
“Nada. Todo sigue igual», suelen responden.
Mientras tanto, tú, durante tus viajes, puede que hayas conocido al amor de tu vida, meditado más allá de la cordura o sobrevivido a un devastador terremoto de magnitud 8.1 en el Himalaya.
Mucho sucede en el camino y es muy difícil procesarlo todo a medida que lo vas viviendo. Y notar el cambio personal durante un período de transición comparte todas las dificultades de ver con precisión la cultura de la pecera en la que estás inmerso. Así que, si tus viajes no traen de inmediato el autodescubrimiento que esperabas, no te desanimes. Hay muchas probabilidades de que algunos de esos grandes cambios estén todavía por llegar, esperándote en casa.
(Este artículo fue escrito para la columna de Baleares Travel Bloggers en el periódico digital Economía de Mallorca.)